- El aprendizaje rizomático es abierto, descentralizado y negociado por la comunidad.
- Se basa en principios de conexión, multiplicidad y cartografía del conocimiento.
- Su despliegue exige cultura de red, diseño de actividades y apoyo entre pares.
El aprendizaje rizomático es un enfoque emergente que ha cobrado fuerza en la sociedad digital, aunque en español aún no está del todo sistematizado y su literatura es desigual. En esencia, propone una forma de aprender donde el conocimiento se teje de manera distribuida y abierta, sin un centro fijo, como un rizoma que se expande según su hábitat. En este panorama, la comunidad funciona como motor de generación de conocimiento, y no solo como receptora pasiva de información.
En paralelo, la gestión del conocimiento en red ha transformado la manera en que las organizaciones y los centros educativos piensan el aprendizaje. De un modelo mecanicista, jerárquico y centrado en procesos, se pasa a otro en el que el cerebro colectivo está distribuido y cada nodo aporta valor. Esto exige cultura de colaboración, actualización continua y participación activa de todos los miembros, lo que encaja como un guante con la lógica del aprendizaje rizomático.
¿Qué es el aprendizaje rizomático?
El concepto, popularizado por Dave Cormier, usa la metáfora del rizoma para explicar una forma de aprendizaje que crece de manera no lineal, con múltiples entradas y salidas, y donde las rutas se reconfiguran conforme cambian las condiciones. En términos prácticos, se trata de un aprendizaje abierto, nómada y continuo, dirigido por cada quien y por todos a la vez. El contenido no es un paquete cerrado, sino una construcción viva que se negocia dentro de la comunidad.
En un rizoma no hay un centro jerárquico que valide qué cuenta como conocimiento definitivo. Por el contrario, cada participante puede iniciar, ramificar y reconducir líneas de aprendizaje según necesidades, contexto y hallazgos. La única limitación real la pone el hábitat: las herramientas, tiempos, intereses colectivos y restricciones del entorno.
Esta idea contrasta con modelos instructivos rígidos y orientados a objetivos prefijados. En la lógica rizomática, la comunidad actúa como el plan de estudios —se negocian metas, se comparten hallazgos, se revisan supuestos y se ajusta el foco—, favoreciendo la adaptabilidad necesaria en entornos complejos.
Orígenes y la metáfora del rizoma
La metáfora del rizoma procede de la filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari, para quienes un rizoma es una estructura sin principio ni fin, capaz de regenerarse y bifurcarse en múltiples direcciones. En biología, la RAE define el rizoma como un tallo subterráneo horizontal, del que brotan nuevos tallos y raíces. Trasladado a la educación, esta imagen ilumina cómo el conocimiento puede crecer de forma descentralizada, redundante y resiliente.
Deleuze y Guattari plantean seis principios que ayudan a comprender la dinámica rizomática y que han sido referidos en la pedagogía del aprendizaje rizomático:
- Conexión y heterogeneidad: cualquier punto puede conectarse con cualquier otro; no hay órdenes fijos ni rutas únicas.
- Multiplicidad: las multiplicidades no tienen unidad central; cambian de naturaleza al cambiar de tamaño y dimensiones.
- Ruptura asignificante: el rizoma puede cortarse en cualquier parte, y aun así recomienza por otras líneas sin perder su vitalidad.
- Cartografía y calcomanía: en lugar de seguir modelos profundos o ejes genéticos, traza mapas abiertos que se rehacen en el uso; no replica moldes, los reconfigura.
El resultado es un modo de aprender en el que las conexiones emergentes y el contexto importan más que la secuencia lineal. No hay un tronco único que determine los aprendizajes legítimos: hay mallas que se reagrupan y se intensifican según necesidades.
De la gestión del conocimiento a la ecología de aprendizaje
Las organizaciones han abordado históricamente la gestión del conocimiento desde lógicas jerárquicas y administrativas. Sin embargo, en la sociedad-red el flujo de información explota en volumen y diversidad de fuentes, y con ello se impone una gestión en red, abierta y orientada a la innovación. La redarquía —frente a la jerarquía— describe ese tránsito hacia estructuras descentralizadas basadas en interacciones y talento compartido.
En este escenario, la clave es crear condiciones para que surjan procesos de aprendizaje en red que permitan detectar lo que no sabemos, experimentar y conectar con nodos expertos. La innovación no es posible con estructuras compartimentadas y una visión estática del conocimiento. El valor reside en la comunidad que aprende y documenta, en la que el conocimiento no depende de individuos aislados, sino que se vuelve patrimonio colectivo.
El análisis de redes sociales (SNA) se usa precisamente para identificar esos nodos: quién sabe de qué, a quién consultan, por qué canales y con qué frecuencia. En términos prácticos, gestionar conocimiento es facilitar interacción, colaboración y circulación, convertir la organización en una comunidad de aprendizaje que conecta con otras comunidades locales y globales.
Información no es conocimiento
Un malentendido habitual es equiparar entrega de información con aprendizaje. Aunque el acceso a recursos como OCW, OER o MOOC ha democratizado los contenidos, acumular materiales no garantiza que se aprenda mejor. Si bastara con exponer contenidos, los docentes serían prescindibles; la realidad muestra que el aprendizaje exige diseño, actividad y acompañamiento.
La calidad formativa se juega en la secuenciación de tareas, la guía docente y el contraste entre pares. Aprendemos cuando construimos evidencia propia a través de actividades significativas, compartimos, argumentamos y recibimos retroalimentación. Entregar más PDFs o clases magistrales no sustituye el proceso de construir conocimiento situado.
La enseñanza centrada solo en «lo medible» tiende a fijar el foco en información estática. En cambio, preparar a los estudiantes para un futuro cambiante requiere competencias para resolver problemas, crear, colaborar y emprender, conectando con redes y detectando novedades relevantes.
Conectivismo y ecologías de aprendizaje
El conectivismo, impulsado por George Siemens y Stephen Downes, ofrece claves para comprender cómo aprendemos en entornos de abundancia informativa. El conocimiento personal se hace en la red, que alimenta a organizaciones e instituciones, y estas retroalimentan la red, cerrando un ciclo continuo de actualización. En este marco, las redes son estructuras y las ecologías el hábitat vivo que permite su florecimiento.
Siemens subraya que el conocimiento no es un objeto empaquetable, sino una estructura de conexiones que emerge de la actividad. Una buena gestión del conocimiento consiste, entonces, en cultivar ecologías de aprendizaje sanas para individuos y colectivos, donde las redes puedan crecer y reconfigurarse sin fricciones innecesarias.
Esta mirada se alinea con el aprendizaje rizomático: ambos acentúan el valor de las conexiones, la actualización permanente y la negociación social del significado. En términos prácticos, la red se convierte a la vez en medio, contenido y contexto.
La comunidad como currículo
Dave Cormier sintetiza el enfoque con una idea potente: «la comunidad es el currículo». En lugar de objetivos cerrados que preexisten a la participación, el currículo se negocia y reconstruye con las contribuciones de la comunidad, respondiendo a condiciones cambiantes y hallazgos emergentes.
Para el docente, esto implica menos transmisión y más orquestación de contextos, dinámicas, herramientas y tiempos. El rol pasa por abrir el espacio, facilitar conexiones y dar soporte a la co-construcción de conocimiento. También por hacer visible lo invisible: documentar procesos, mapear contribuciones y cuidar la ecología socio-técnica que sostiene la comunidad.
Es normal que haya fricciones: quienes llegan esperando un itinerario cerrado pueden experimentar desorientación. Cormier relata que cada año encuentra cierta resistencia cuando adopta plenamente la lógica rizomática, lo que forma parte del reajuste de expectativas y de la alfabetización en aprender en red.
Casos y experiencias que iluminan el enfoque
Un MOOC bien diseñado puede ser un entorno propicio para el rizoma. Se espera que el estudiantado funcione en red, comparta, se apoye entre pares y negocie el sentido del currículo sobre la marcha. No obstante, el aprendizaje rizomático va más allá de un curso: es una actitud y una práctica sostenida en comunidades.
En la Universidad de Regina, Alec Couros dirigió un curso abierto de tecnología educativa donde el programa fue creado a partir de negociaciones de conocimiento entre los propios participantes, quienes formaron redes personales de aprendizaje y contribuyeron a la estructura rizomática del campo.
La Open University, en su curso corto T151 Mundos Digitales, exploró un desarrollo de curso «rizomático» con entradas de blog y etiquetas de categoría que permitían que distintas hebras se desarrollaran a ritmos diferentes, conectando ramas del aprendizaje en tiempos y trayectorias diversos.
Fuera del aula, un estudio sobre comunidades de videojuegos en adolescentes (Sanford, Merkel y Madill) mostró cómo los participantes aprenden sin un rumbo fijo, difuminando fronteras entre productor/consumidor, docente/discente e individual/colectivo. Un ejemplo claro de cómo las comunidades rizomáticas funcionan en la práctica.
Ventajas, límites y desafíos
Entre las ventajas destaca su carácter «nativo de red»: promueve apoyo entre pares, corresponsabilidad y una apreciación realista del poder de las conexiones. Fomenta además actitudes sostenibles de aprendizaje a largo plazo, alineadas con ecosistemas complejos y cambiantes.
Ahora bien, no todo es sencillo. Puede resultar frustrante para quienes esperan guías rígidas y evaluciones cerradas. En sus primeras iteraciones, puede percibirse como menos robusto que enfoques más estructurados, y requiere tiempos largos para madurar prácticas y desarrollar alfabetizaciones digitales y colaborativas.
También desafía los sistemas basados en datos y resultados predeterminados: el aprendizaje rizomático no se acomoda a estrategias de instrucción excesivamente uniformes, y exige criterios de evaluación que valoren procesos, conexiones y evidencias situadas.
En términos de impacto, la literatura reconoce su potencial —especialmente a nivel de posgrado y en comunidades profesionales—, pero advierte que su despliegue requiere inversión de tiempo y un ecosistema favorable. Cuando se consolida, sus beneficios pueden ser altos; cuando no, tiende a diluirse.
Llevar el rizoma al aula y a las organizaciones
Adoptar este enfoque no significa prescindir de todo diseño, sino pasar de un guion cerrado a una cartografía viva. Algunas implicaciones prácticas coherentes con la evidencia compartida son: abrir canales de participación; mapear nodos y conexiones (SNA); documentar y compartir hallazgos; y propiciar la actualización continua como norma de la cultura.
En centros educativos acostumbrados a pautas rígidas, es clave crear incentivos para la colaboración en red y la coautoría, reconocer la aportación al conocimiento colectivo y habilitar espacios donde las evidencias de aprendizaje circulen más allá de las paredes del aula.
Para organizaciones, la transición de la jerarquía a la redarquía implica identificar activos de conocimiento, reducir compartimentos estancos y facilitar roles de enlace entre equipos y comunidades externas. Los trabajadores más valiosos no son quienes guardan el conocimiento, sino quienes lo comparten y lo hacen crecer.
En todos los casos, conviene distinguir entre «más contenidos» y «mejores entornos de aprendizaje». Un buen diseño rizomático contempla secuencias de actividades, espacios de contraste entre iguales y guía experta, combinando autonomía con acompañamiento.
Metáforas útiles: el pulpo y los virus
La metáfora del pulpo ayuda a entender comunidades de aprendizaje distribuidas: sus tentáculos actúan de forma local, pero coordinada. En términos rizomáticos, cada subcomunidad puede explorar y responder al contexto, mientras el conjunto mantiene una coherencia funcional.
Los virus, por su parte, ilustran la descentralización, la adaptabilidad y la resiliencia. Tras una interrupción, los sistemas rizomáticos se reorganizan y mantienen su funcionamiento global, como ocurre con redes que redistribuyen flujos cuando un nodo falla.
Estas analogías no son recetas, pero sí ofrecen pistas para diseñar comunidades educativas capaces de adaptarse a entornos complejos y dinámicos sin perder su capacidad de aprendizaje.
Preguntas que orientan la práctica
La reflexión propuesta en foros y conferencias sobre aprendizaje rizomático deja tres preguntas especialmente útiles para el profesorado: ¿aprendemos como árboles o como «malas hierbas» que se extienden? ¿Para qué enseñamos realmente cuando el conocimiento es móvil? Y, sobre todo, si el currículo de aprendizaje son las personas, ¿cómo cuidamos la comunidad para que florezca?
Responderlas implica reubicar el foco: menos obsesión por el plan ideal y más atención al tejido de relaciones que permite sentir, pensar y hacer en colectivo. Desde ahí, las ecologías de aprendizaje cobran vida y el currículo se vuelve un mapa que se rehace con cada exploración.
En el fondo, el aprendizaje rizomático propone algo tan exigente como pragmático: que el conocimiento, lejos de ser un paquete cerrado, es una trama viva que se teje entre personas, medios y contextos. Cuando las organizaciones y las aulas abrazan esa lógica —con redarquía, diseño de actividades, apoyo entre pares y documentación compartida—, la innovación deja de ser eslogan para convertirse en práctica cotidiana.
