Psicología del aprendizaje en la tercera edad: claves, ciencia y actividades

Última actualización: 13 octubre 2025
  • El aprendizaje por refuerzo cambia con la edad; en mayores decae para uno mismo, pero el social se mantiene.
  • Dopamina y cuerpo estriado explican parte del declive; L-DOPA ha mostrado mejorar tareas en mayores.
  • La andragogía guía metodologías: aprendizaje autodirigido, aplicado y cooperativo.
  • Actividades físicas, sociales y cognitivas bien adaptadas mejoran memoria, ánimo e independencia.

Psicología del aprendizaje en la tercera edad

Aprender no es un lujo reservado a la infancia: es un proceso que nos acompaña toda la vida. Cada decisión del día a día está informada por experiencias previas, por lo que la capacidad de aprender en la vejez resulta clave para mantener autonomía, bienestar y participación social.

Ahora bien, no aprendemos igual a los 8, a los 25 o a los 75. Cambian los mecanismos, las motivaciones y el tipo de información que mejor se retiene. La buena noticia es que, aun con ciertos declives cognitivos propios de la edad, hay dominios del aprendizaje que se mantienen o incluso se optimizan con estrategias adecuadas y un enfoque andragógico. Comprender qué se deteriora y qué se conserva nos permite diseñar actividades y entornos que potencian la mente en la tercera edad.

Del refuerzo a lo social: cómo aprendemos a lo largo de la vida

Una parte esencial del aprendizaje humano se explica por el refuerzo: ajustamos conductas según si traen recompensas o castigos. Si lo que sucede difiere de lo esperado, la llamada «señal de error» es grande y aprendemos más; si ocurre lo previsto, el ajuste es menor. Este principio se observa no solo en personas adultas, también en niñas y niños, y en otras especies, lo que subraya que es un mecanismo antiguo y adaptativo del cerebro.

Desde muy temprano, los seres humanos muestran sensibilidad al refuerzo: hay evidencia de que incluso bebés de semanas o meses modifican su conducta cuando ciertos movimientos activan estímulos agradables (por ejemplo, un móvil de colores o una caricatura). Con el desarrollo, esa maquinaria se sofistica y aprendemos a integrar mejor premios y consecuencias negativas.

Comparando edades, los estudios sugieren que el rendimiento en aprendizaje mejora desde la infancia a la adolescencia y de ahí a la adultez. Las personas adultas tienden a aprender tanto de la recompensa como del castigo, mientras que la adolescencia muestra un sesgo más fuerte hacia el premio y menor sensibilidad al castigo, algo que podría vincularse con conductas de riesgo como consumo de alcohol, sustancias o prácticas sexuales menos seguras.

Con la llegada de la vejez, el panorama vuelve a cambiar. Se observa una reducción general de capacidades cognitivas (por ejemplo, velocidad de procesamiento o recursos atencionales), y parte de ese descenso toca a algunos tipos de aprendizaje, especialmente cuando las reglas cambian o las asociaciones son probabilísticas.

Aprendizaje en adultos mayores

De la adultez a la vejez: qué cambia y por qué

En la vejez, el cerebro representa con menor intensidad las señales de aprendizaje ligadas a las recompensas, lo que se traduce en aprendizajes más lentos o menos precisos en tareas donde hay que descubrir qué opción conviene en función de los resultados. Este efecto se nota mucho cuando las asociaciones no son fijas o cambian con el tiempo.

Las estructuras profundas del encéfalo, implicadas en el circuito del refuerzo, participan de forma crucial en estos procesos. Entre ellas, el cuerpo estriado destaca por su alta densidad de receptores de dopamina, un neurotransmisor clave para aprender con recompensa. Con el envejecimiento, esos receptores tienden a disminuir, lo que podría explicar parte de la variación en el rendimiento.

De hecho, hay resultados experimentales muy sugerentes: en personas mayores, al administrar L-DOPA (un fármaco que aumenta la dopamina cerebral), el aprendizaje de ciertas tareas mejora. Aún faltan estudios que determinen en qué perfiles y condiciones este efecto es consistente, pero abre una vía de investigación prometedora para los próximos años.

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Conviene no perder de vista el contexto demográfico: entre 2015 y 2050, la proporción de la población mundial de 60 años o más casi se duplicará, del 12% al 22%. Este dato obliga a considerar el aprendizaje en mayores como un reto de salud pública y también como una oportunidad para impulsar envejecimiento activo y participación comunitaria.

Aprendizaje social en mayores: cuando el otro importa

No todos los tipos de aprendizaje declinan del mismo modo. Hay un ámbito en el que las personas mayores pueden rendir igual de bien que las más jóvenes: el aprendizaje social, es decir, cuando lo que hay que aprender afecta a otras personas (por ejemplo, elegir opciones que beneficien a alguien similar a ti).

En una línea de estudios con adultos jóvenes (18-36) y mayores (60-80), se compararon tres condiciones: aprender para uno mismo (recompensa monetaria personal), aprender para otra persona anónima percibida como semejante y aprender en una situación donde nadie recibe nada. Cuando las consecuencias eran para sí, los mayores aprendían más lento y eran menos sensibles a las recompensas recientes que los jóvenes. En cambio, cuando la meta era beneficiar a otra persona, su desempeño se igualaba al de los jóvenes.

Para descartar que en la edad avanzada se «confunda» quién recibe la recompensa, se comparó el aprendizaje para otro frente a la condición de «para nadie». Resultado: los mayores aprendieron más rápido para ayudar a otra persona que cuando no había beneficiario. Esto sugiere que la motivación prosocial puede activar sistemas de aprendizaje relativamente preservados, posiblemente apoyándose en redes cerebrales parcialmente distintas a las del refuerzo puramente individual.

Este hallazgo es oro para el diseño de intervenciones: aprovechar objetivos sociales (ayudar a otros, trabajar en equipo, proyectos con impacto comunitario) puede multiplicar el compromiso y la eficacia de las actividades cognitivas en la tercera edad.

Andragogía: principios prácticos para enseñar y aprender en la edad adulta

El cambio cultural y sanitario de las últimas décadas ha alargado la vida y mejorado su calidad. Hoy, la vejez arranca (aprox.) a partir de los 60, pero el recorrido vital que queda por delante es largo y lleno de oportunidades para adquirir roles nuevos, habilidades y experiencias enriquecedoras.

Desde esta mirada surgen enfoques educativos específicos como la andragogía, la disciplina que estudia cómo aprenden las personas adultas, incluidas la madurez y la senectud. Sus supuestos centrales parten de diferencias claras con la pedagogía infantil: más autonomía, mayor bagaje de experiencias y una motivación intrínseca orientada a aplicaciones reales.

Entre sus premisas: el adulto suele preferir un aprendizaje autodirigido; integra lo nuevo con lo vivido; busca utilidad inmediata en contextos cotidianos concretos; y valora metodologías participativas que le permitan reflexionar, evaluar y ajustar su propio progreso.

Aplicaciones destacadas de este enfoque: contenidos ligados a problemas reales (en lugar de memorizar teoría abstracta), uso de preguntas abiertas que fomentan la autorreflexión, y trabajo cooperativo para construir conocimiento compartido. Todo ello encaja de maravilla con el aprendizaje social preservado en la vejez.

Modelos andragógicos bien diseñados suelen ser inclusivos (frecuentemente no presenciales o mixtos), adaptados a necesidades y estilos diversos, alineados con los avances de la sociedad del conocimiento, extendidos a lo largo de todo el ciclo vital y con una figura docente que actúa como guía y facilitador más que como mero transmisor.

Factores que determinan cómo aprende una persona mayor

Hay factores externos y personales que modulan el aprendizaje. Entre los externos: circunstancias vitales (objetivos personales o profesionales), tiempo disponible, horarios, logística, recursos tecnológicos, así como el entorno social. Todo ello condiciona cuánto y cómo se puede invertir en la formación.

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Entre los factores internos: nivel de capacidades y habilidades, motivación e interés, tolerancia a la frustración, regulación emocional y aptitudes cognitivas como atención, memoria, lenguaje y concentración. También cuentan los hábitos conductuales y de estudio.

En la tercera edad aparecen perfiles distintos según rasgos cognitivos, fisiológicos y afectivos. Es útil considerar preferencias o estilos como un continuo activo–reflexivo, verbal–visual, o enfoques más pragmáticos frente a otros más globales. Personalizar la metodología mejora el encaje entre persona y actividad.

La autonomía es seña de identidad del aprendizaje adulto: auto-planificación de tareas y tiempos, auto-regulación del esfuerzo y estrategias, y auto-evaluación del progreso. Facilitar herramientas para que el aprendiz mayor gestione su propio proceso es tanto respetuoso como eficaz.

¿Por qué seguir aprendiendo en la vejez? Beneficios clave

Seguir aprendiendo activa el cerebro, ayuda a mantener la memoria y promueve un envejecimiento activo. Además, mejora el estado de ánimo, la autoestima y la conexión social, lo que puede amortiguar el riesgo de soledad y malestar emocional.

La educación en la tercera edad también sirve para adaptarse a los cambios vitales, reforzar la independencia en actividades cotidianas y aportar valor a la comunidad. Las personas mayores acumulan conocimientos y experiencias únicas que, bien canalizados, impulsan su productividad y la de su entorno.

No se trata solo de aprender, sino también de consolidar lo aprendido (retención). Ambas fases requieren estrategias adaptadas a la edad, el estado de salud y la situación familiar. Aunque la velocidad de procesamiento pueda bajar, las prácticas correctas permiten recordar y transferir habilidades a nuevos contextos.

En el marco de centros de día, asociaciones y programas comunitarios, abundan itinerarios formativos y de ocio educativo que combinan aspectos cognitivos, físicos y sociales. Ofrecer estas oportunidades convierte a las personas mayores en miembros activos y comprometidos de su comunidad.

Como recordatorio práctico: cuando te apuntas a actividades, cursos o boletines informativos, suele implicar aceptar la política de privacidad de la entidad organizadora; conviene revisarla con calma.

Actividades prácticas para estimular memoria y salud

Una memoria en forma es esencial para la autonomía. Con ejercicios bien planteados, es posible reforzar funciones cognitivas y emocionales a la vez que se disfruta. A continuación tienes propuestas variadas, pensadas para que cuerpo y mente trabajen en equipo.

1) Actividades físicas adaptadas

El ejercicio regular mejora salud cardiovascular, fortalece músculos y favorece el estado de ánimo. Para dinamizar sesiones se pueden usar materiales cotidianos: por ejemplo, un juego tipo “tiro a diana” con pelotas blandas y aros, recorrer pequeños circuitos de equilibrio, o un mini”golf” casero con objetos del hogar. El boliche con botellas de plástico es otro clásico que funciona muy bien.

Estas propuestas conviene graduarlas en intensidad y complejidad para que resulten seguras y motivadoras. Introducir metas compartidas aumenta la adhesión y el disfrute en grupo.

2) Dinámicas de integración social

Las actividades de equipo potencian la cohesión, el sentido de pertenencia y el aprendizaje social. Un ejemplo divertido es el baile con globo (sostenerlo sin manos mientras suena música), o las carreras por parejas sujetando un globo entre ambos sin que caiga. Más allá del juego, el objetivo es practicar coordinación, comunicación y apoyo mutuo.

Estas dinámicas, además de entretener, son un campo perfecto para que la motivación prosocial ayude a aprender de manera eficaz, aprovechando ese ámbito de aprendizaje relativamente preservado en edades avanzadas.

3) Gimnasia cognitiva y memoria

Para trabajar memoria y atención: rompecabezas, sopas de letras, juegos de cartas tipo “memoria”, cadenas de palabras, o el teléfono roto. También se puede entrenar memoria sensorial con reconocimiento de olores (ojos tapados y adivinar especias, flores, etc.). Estas actividades ayudan a retrasar el deterioro y sostener una mente despierta.

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Intercalar sesiones cortas, variadas y con pausas favorece la consolidación. Anotar progresos y estrategias en un cuaderno de aprendizaje refuerza la retención y permite personalizar los ejercicios.

4) Adaptaciones para discapacidad o enfermedad mental

Cuando existen discapacidades físicas o condiciones de salud mental, la prioridad es ajustar objetivos y materiales a las capacidades de cada persona, garantizando un entorno cómodo y previsible. Pequeñas metas alcanzables y feedback positivo sostienen la motivación y evitan la frustración.

Esta atención individualizada es coherente con la andragogía: respetar ritmos, experiencias y necesidades particulares mejora el aprendizaje y la satisfacción con la actividad.

5) En caso de depresión

La depresión se asocia a bajo estado de ánimo y pérdida de interés, y a veces no se resuelve por completo solo con el tiempo. Más allá de la atención clínica (psicoterapia y/o medicación según criterio profesional), las actividades lúdicas y creativas ofrecen un respiro, mejoran el ánimo y devuelven sensación de eficacia personal.

Talleres de música, escritura expresiva, manualidades o jardinería son opciones estupendas. El objetivo es recuperar rutinas agradables y reactivar el circuito de recompensa natural del cerebro.

6) En demencia

En demencias, mantenerse activo y en contacto con la realidad ayuda a reducir delirios o alucinaciones y preservar funciones por más tiempo. Funcionan bien actividades de concentración e interacción, ejercicios para recordar palabras, colores u objetos, y orientación a la realidad con soportes visuales y auditivos.

La clave es la estructura: sesiones breves, entorno tranquilo, consignas claras y refuerzo positivo. Incluir elementos biográficos (músicas de la época, fotos significativas) potencia el anclaje emocional y la motivación.

7) Discapacidad física

Quien usa silla de ruedas o tiene limitaciones motoras también puede disfrutar y aprender. Juegos de precisión de mesa, pintura, escucha musical y canto, o juegos de mesa son excelentes opciones. La inclusión es el objetivo: que todas las personas puedan participar con distintas alternativas y adaptaciones.

Programar la actividad con niveles y variantes garantiza que nadie quede fuera. Un enfoque centrado en la persona mantiene motivación y autoestima en alto.

Aprendizaje y productividad en la vida diaria

Las personas mayores no solo necesitan cuidados; también necesitan oportunidades para aprender y aportar. Su bagaje vital es una base poderosa para seguir siendo productivas y creativas en su día a día, dentro y fuera del hogar.

Es cierto que la edad, la salud o la dinámica familiar pueden condicionar la productividad. Pero con las estrategias adecuadas (metas claras, práctica distribuida, feedback, apoyo social), el aprendizaje se traduce en habilidades transferibles que mejoran la calidad de vida y la participación comunitaria.

En definitiva, la combinación de andragogía, actividades significativas y aprovechamiento del aprendizaje social preservado permite contrarrestar la pérdida de velocidad de procesamiento y mantener el cerebro en forma. La meta no es solo recordar más, sino vivir mejor gracias a lo aprendido.

A lo largo de la vida cambiamos cómo y para qué aprendemos: lo que decae con la edad (como la rapidez para detectar recompensas cambiantes) convive con fortalezas preservadas como el aprendizaje prosocial y la enorme reserva de experiencias acumuladas. Con programas adaptados, objetivos con sentido y prácticas que integren cuerpo, cognición y vínculos, es posible sostener la autonomía, el ánimo y la conexión social en la tercera edad, demostrando que nunca es tarde para seguir aprendiendo.

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